Ellas forman parte de un grupo de pacientes que desde hace un año comenzaron a entrenarse para vivir fuera del Instituto e integrarse a la sociedad. Así lo sostiene el Dr. Angel Galarza, Jefe de Asilo del INC a cargo del proyecto, “Son personas que están actas para vivir en comunidad y cuentan con nuestra supervisión para el control de su tratamiento. Con este proyecto adoptado de países como Argentina y Chile, estamos modernizando el esquema del tratamiento de la salud mental, pasando del estado manicomial y asilar, al de un hogar protegido, donde ellos son los actores de sus propias vidas”
El proyecto fue integral, por lo que se hizo también un proceso de psicoeducación con los inquilinos de los otros departamentos para que conozcan a los pacientes y evitar el rechazo de la sociedad que es a lo que mayormente pueden estar expuestos. Las residentes, como se las denomina ahora, oscilan entre los 55 y 65 años de edad. Hacen sus actividades cotidianas como cualquier ama de casa: cocinan, lavan su ropa, arreglan el departamentito, hacen las compras.
Coinciden en que una de las actividades que más disfrutan es ir de compras al supermercado, donde cada una posee su tarjeta de afiliada. “Tenemos una vida como una persona normal y estamos felices porque vivimos de una manera digna, aquí nos sentimos contentas, agradecidas y seguras” manifestó Fabiola, quien de sus 55 años, treinta los ha vivido asilada en el INC.
La historia de Julia es similar a la de sus compañeras; de mirada expresiva y bien arreglada, recuerda que llegó al INC a los 19 años e ingresó al pabellón infantojuvenil., abandonada por su familia. Después de 33 años de estar asilada, a Julia le cambió la vida, porque ahora vive en un departamento confortable y está consciente de su nueva realidad, la que disfruta junta a sus compañeras, mientras ven las telenovelas, las noticias, escuchan música y planifican su día como toda persona normal.
El departamento es proporcionado por la Junta de Beneficencia y los costos de agua, luz, teléfono, alimentación son asumidos por el Instituto de Neurociencias, así como el tratamiento que tienen que continuar, para lo cual cuentan con la supervisión del médico y una trabajadora social que las visita diariamente para evaluar su desenvolvimiento en la comunidad. Para su sustento económico se está buscando una plaza de trabajo acorde a sus habilidades y que les permita tener un recurso para solventar sus necesidades.
Así, Fabiola, Julia, Judith y Betty dejan atrás una vida de anonimato e incertidumbre por las situaciones de desamparo y rechazo familiar, de patologías cerebrales, que si bien tenían sus alteraciones no representaban peligro alguno para la familia ni para la sociedad, y pasan a tener una oportunidad de vida en la que ellas tienen sueños, ilusiones y expectativas de días mejores.
El proyecto continúa con la preparación los pacientes que tienen las habilidades y capacidades para ser reinsertados en la sociedad.